25.5.06

Bermonde


Ha llegado el día del Juicio Final. Cada uno de los hombres, sin engaño, ha de confesar ante Dios cómo ha sido su vida, convirtiéndose por manifiesta verdad en su propio juez. Para Bermonde también llegó la hora de enfrentarse al Angel Inquisidor.

Angel

Te entregaste, Bermonde, a todo el que te solicitó. ¿Nunca te enseñaron que la mujer debía pertenecer a un solo hombre y únicamente para dar vida a sus hijos?

Bermonde

Esa ley y muchas otras me enseñaron cuando yo era niña y vivía junto a mi madre. Pero cuando crecí en edad y en belleza y me quedé sola en el mundo, dueña de mis actos y de los bienes de mi casa, sentí que todo mi ser rechazaba y se oponía a esas leyes. El mandato había sido dado en nombre de Dios, pero ¿no era también mi sangre obra de Dios? Mi sangre tenía, asimismo, sus leyes y sus derechos y no pude desobedecerlos. Mi cuerpo había nacido para la voluptuosidad; no pude menos que seguir el impulso prepotente en mi naturaleza ¿Era mía la culpa de que me atrajera más el placer que los fríos preceptos de los ancianos?
La idea de la castidad me producía horror. Una fuerza tumultuosa e irrumpiente me empujaba a los brazos de los hombres. Un instinto irrefrenable me decía que sólo en la plenitud del amor encontraría la felicidad. Una creatura joven y ardiente estaba hecha para la alegría, perdía y deseaba la única alegría que podía darle paz, la alegría suprema de los sentidos.
El amor cortés que se usaba en mi tiempo no era para mí; me parecía un juego de coquetería poética, una hipocresía elegante que estimulaba la imaginación y la vanidad, un pasatiempo y no una satisfacción. La mujer era considerada como una reina, casi como un ángel, casi como una diosa, pero la mujer sana y sincera quería algo muy distinto que baladas y canciones. En toda mujer había una hembra que no se contentaba con bellas palabras rimadas.
Otro instinto tan profundo y fuerte como el de la sangre, me advertía que no me ligara a un hombre, a un marido. Yo veía cuán triste era la suerte de las mujeres agriadas y marchitas en la esclavitud de la casa o envilicidas y corrompidas en las mentiras del adulterio. Elegí, pues, la libertad de todo lazo y la satisfacción de mi cuerpo ardiente y encendido de deseos.
No quise ser esposa, pero tampoco meretriz. No es verdad que yo me entregara a todos. Entre los hombres que me desearon elegí a los que me inspiraban afecto o pasión; rechacé a todos los otros. Nunca me otorgué por dinero o por obtener donativos; en los amantes yo buscaba comprensión, gracia y gallardía, no riquezas ni fama. No me bastaba que un noble fuera noble; a un señor necio y ajado preferí siempre un plebeyo de espíritu alegre y de aspecto gracioso. Mis amores fueron casi siempre breves pero nunca abyectos.
Así transcurrió mi vida alegremente, sin escrúpulos ni remordimientos; mientras la belleza y la frescura de la edad hermosa me hicieron deseable. Mi vida era recta como una espada: me placía el placer y lo buscaba abiertamente. Mi cuerpo había sido creado para dar y recibir alegría; mi franqueza era mi honestidad. Si no fui fiel a mis amantes lo fui a mi carácter, justificado por mi ley, purificado por mi sinceridad. A mis ojos toda tentación reprimida era una culpa que se habría descompuesto en mi interior corrompiendo mi alma.
La vida espiritual no me atraía; también la voluptuosidad tenía sus misterios, su grandeza y, diría, casi su candor(*). Mi goce no era del todo egoísta; así, pues, mi mayor alegría provenía de la alegría de mi compañero. Yo pensaba -perdona mi demencia- que cuando una mujer inspiraba con su belleza un deseo tenía el deber de satisfacerlo. El que enciende el fuego sólo puede ser excusado si trata de apagarlo. ¿Para qué hacer sufrir a los hombres que deliraban y se torturaban cuando satisfacerlos le costaba tan poco a una mujer que no estaba enferma? ¿No era alabada la liberalidad del alma por sobre todas las otras virtudes? ¿Y de qué otro modo podía ser liberal una mujer sino dado generosamente lo que en ella había de más preciado y precioso?
Te he dicho la verdad sobre mí, sin ambages, sin vergüenza ni circunloquios. Mi vida fue impura y condenable según el juicio de los hombres, pero alienta en mí la esperanza de que el juicio de Dios sea distinto. Ese Dios que en la tierra perdonó a la pecadora prosternada y lacrimosa ¿podrá ser despiadado conmigo?

(G.P.)

NOTA:
(*) Aún más: sin el conocimiento de la oscuridad ("el conocimiento carnal") no puede existir conocimiento alguno de la luz ("gnosis"). Los dos conocimientos no son meramente complementarios: digamos que son más bien idénticos, como una misma nota tocada en diferentes octavas. Heráclito afirma que la realidad persiste en un estado de "guerra". Sólo notas enfrentadas pueden crear la armonía. ("El caos es la suma de todos los ordenes").
(H.B.)

3 Comentarios:

Blogger Daniel Hidalgo dijo...

ayy! La mujer:

¿Geisha o samurai?

Who Knows...

Saludos!

Blog n' Rolla!!

2:37 p. m.  
Anonymous Anónimo dijo...

Eh aqui mi ultima poesia, espero q os agrade...

La triste esperanza se desvanece,
la triste vida desaparece,
la triste agonia surge,
y la triste verdad prebalece.

LLorando de pena por mi,
llorando de alegria por ti,
llorando cada minuto
en que las luces se han apagado,
sintiendo el pecado,
y apreciando lo que buscaba
e imaginando agarrando
de la mano,
el ayer se a perdido,
y el sol se a dormido,
un mil te quiero
y mil caricias,
desvanesco en el invierno
y amanesco en el infierno,
quedandome atras solo
sin un consuelo,
esperando que el dolor me coma,
y que mis huesos se entierren,
cada dia mas en dilema,
que cuando soliamos estar,
la dulsura era mia
y la alegria tuya,
quedo solo
con un solo,
un requiem de dolor...

...............**AsdRosas**...............

5:44 p. m.  
Anonymous Anónimo dijo...

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5:15 a. m.  

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